La ansiedad es traicionera: llega sin pedir permiso, acelera el corazón, encoge el pecho y llena la mente de escenarios que nunca pasan. Y cuando aparece un ataque de pánico, pareciera que el mundo se encoge y vos con él. Pero en medio de ese caos, hay una verdad que no se mueve: Dios sí tiene cuidado de vos. No es una frase bonita… es una promesa real.
A veces tratamos de controlar todo porque sentimos que, si soltamos, algo malo va a ocurrir. Pero Jesús nos invita a hacer lo contrario: soltar para poder respirar. En sus manos no hay desorden, no hay “y si pasa tal cosa…”, no hay temores disfrazados. Hay descanso de verdad.
Cuando la ansiedad golpee, no luchés solo.
Respirá profundo, cerrá los ojos y repetí: “Señor, aquí estoy. Te entrego esto. Caminá conmigo.”
No necesitás palabras elegantes, solo sinceridad.
Dios no se impresiona por tu fuerza: Él te sostiene en tu fragilidad.
Hoy recordá esto: la ansiedad es ruidosa, pero Dios habla más fuerte. Y cuando parece que tu mente te empuja al abismo, Él te abraza desde la orilla y te dice:
“No te suelto.”
Tomá Su mano… y dejá que vuelva a ordenar tu respiración, tus pensamientos y tu paz.
En Cristo, la ansiedad no tiene la última palabra.